Afuera los vientos desahucian
la existencia
Las personas mueren por montones y no hay lugar seguro donde
estar a salvo.
Todos esos años que restan de vida se quedan en el tintero de la incertidumbre.
La ciudad está callada y sus calles casi desiertas contemplan
la estadía de la tragedia.
¿Adónde irá todo ese afecto que llena mi estancia y que da valía a mis venas?
Se irá la vida por el desecho de la epidemia y la huella se esfumará en humareda ennegrecida por fuego
de mis restos en hoguera.
Estoy reunido con mis memorias en un ambiente de adioses y de
sepulturas.
En ese cementerio estoy enterrando todas las huerfanías, los afanes, las suertes que no llegaron y los navíos delirantes junto con la
mirada puesta en la díscola existencia.
No es que la muerte no me haya cumplido con su palabra.
Teníamos un trato y siempre nos peleamos con el coraje de gladiadores en la
arena.
La pandemia no es su culpa, pero vino y hecha por tierra
todas nuestras próximas peleas.
La muerte será mi último paso, la vida de mí se despide y yo
despido con impotencia a la vida.
Poco puedo hacer para librarme de su manto y mucho mientras ésa
espera.
No hay pañuelos batiéndose en esta partida y ni siquiera el abrazo que enternece la alegría
del último canto. No llegará, no habrá despedida.